Sin ideas, sin proyecto y sin futuro…

ECOS DEL SILENCIO

E. Antonio Hernández Peralta

La oposición en México ha utilizado una sola estrategia para intentar ser contrapeso del presidente López Obrador, la de oponerse por sistema a cualquier iniciativa del titular del Ejecutivo federal. Y ahora en tiempo de campañas electorales su única propuesta es atacar las acciones emprendidas por AMLO para intentar hacer crecer su base de votantes.

Lo más triste de esta situación no es que la oposición no quiera tener un proyecto de país a futuro, es que simplemente no puede. La doctrina neoliberal en la que están tan imbuidos les dicta que todo debe ser inmediato, que la libre competencia es la panacea para resolver cualquier cuestión en cualquier renglón de la vida de las personas: social, política, cultural, entretenimiento, economía, negocios, etc.

La libertad de elección para ellos es ignorar el futuro, pero también a las grandes masas sociales, ni qué decir del lumpen; para ellos simplemente no existe.

La competencia por el mercado se convirtió en deidad, deshumanizándola de tal manera que no importan las consecuencias que puedan dar origen a una mayor desigualdad entre las diversas clases sociales; por lo que llegó a importar más la eficacia de resultados en las ganancias que su efecto en la sociedad mexicana.

De esta manera, ganar por ganar sigue siendo la cúspide del éxito para ellos. Al escuchar sus promocionales en búsqueda del voto, se mantiene ese desprecio hacia los electores al pretender, como hasta el pasado sexenio, decidir qué hacer, cómo hacerlo, cuándo y por qué debe ser a su modo. Parafraseando a Newsweek “no entienden que no entienden”.

Por eso, además de carecer de un proyecto que contemple lo colectivo, confían mucho en la amnesia, en descartar el pasado, buscando que se olvide lo que causaron en los últimos 40 años en México. Cada competencia empieza de cero y no se piensa en las condiciones desiguales en que están los que no tienen el poder para competir, a quienes considera los perdedores.

Por eso, un reclamo de la oposición a la 4T es que todo lo justifican con el pasado, es decir, con la corrupción. El futuro tampoco existe.

Si acaso, es el índice de competitividad, es decir, el potencial de algún día ser un ganador. Se han habituado a que las cantidades, lo medible en números, dominen los argumentos sobre qué debemos hacer como sociedad, individuos, o instituciones.

El número ha terminado por sustituir el juicio sobre qué es lo que se mide y por qué. Como si no existieran esferas separadas de lo económico, todo se evalúa como si fuera un intercambio, todo es costo-beneficio, hasta la muerte.

Lo defectuoso de su pensamiento es que a pesar de considerar a la numeralia como referente de calidad, los números no son sus mejores aliados; baste recordar como presentaban cifras alegres los magros resultados tanto en la macro como en la micro economía, al constatar la realidad que durante el periodo neoliberal el crecimiento del país no fue más allá de un pésimo dos por ciento, en promedio, durante los últimos 32 años.

Un claro ejemplo de ello fue que mientras ellos gobernaron, las calificadoras crediticias les otorgaron cifras que claramente no reflejaban la realidad que, día a día, sufrieron las mayorías empobrecidas hasta generar más de la mitad de la población mexicana en estado de pobreza y pobreza extrema.

Ahora, cuando el actual gobierno federal no pagó las millonarias cifras que acostumbraban recibir de las administraciones gerenciales, las calificadoras, con la cara más dura que un muro de concreto, pronosticaron el derrumbe, la caída estrepitosa, el armagedón, pues. Pero las nuevas políticas lograron no solo contener la caída de la economía, precipitada más aún por la aparición de la pandemia, misma que ya estaba prendida por alfileres al menos dos o tres años antes de que llegara el triunfo de López Obrador y asumiera el gobierno federal.

El costo social de tener millonarios en las listas de Forbes se convirtió en algo como un triunfo. Ante la inmensidad de lo que nos costó a todos la corrupción a gran escala, la oposición nos quiso hacer creer que la compra de un avión presidencial equivalía a la mordida de un conductor a un policía. Ahí dejaron de importar las cuantificaciones.

Pero quizá lo que más les molesta son “los otros datos”, es decir, no sólo los que no pudo sumar la Auditoría Superior de la Federación en el caso del vano aeropuerto de Texcoco, con que pretendieron falsamente, hacernos creer que habían fallado las acciones de López Obrador en su cruzada contra los corruptos.

El discurso neoliberal no tuvo para la mayoría de la población una experiencia positiva.

El derrame de inversión extranjera o nacional en lo económico nunca ocurrió y los salarios bajos se presentaban como la única forma de competir; nuestra supuesta ventaja comparativa, era el empobrecimiento de los más necesitados, que se vieron a aceptar no solo salarios de miedo, si no también jornadas de trabajo extenuantes y de esto no había posibilidad de combatir, porque entonces justificaban que eso podría ahuyentar a inversores, mismo cuento que hasta ahora siguen blandiendo, pero por fortuna, sin éxito.

El cambio que significó la victoria electoral del ahora presidente de México hizo que los convidados de piedra hicieran su entrada en la política. La oposición vio en ello algo como una polarización, es decir, lo que en cualquier democracia es que los conflictos se expresen de una forma pública, que haya más de una voz expresando lo que se entiende por el país.

Ellos, que desde hacía tres décadas decían cómo debían ser los negocios, se toparon con algo desconocido: la política ejercida por las mayorías. Hoy queda claro que siguen sin entender el mensaje que se les envió en las elecciones de 2018.