La guerra en la que México no quería participar… y la ganó. La historia del Escuadrón 201
Redacción
PARTE II
La lucha por Filipinas
Casi 1,500 bombas el Escuadrón 201 lanzó más de mil 900 horas de combate y 96 misiones en total. El 7 de junio de 1945 se hizo la primera misión, y sobre sus austeros P-47 posicionaron bombas para deshacer armerías del imperio japonés en Luzón, la isla más grande de Filipinas. El Escuadrón 201 por fin peleaba junto a otros mil 500 elementos del Grupo 58 y la Sección 5 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y de los aliados en el Pacífico.
Todo el mes de junio se dedicaron a destruir armerías, centros de reunión, edificios, vehículos, naves y bases militares. Aviones a 400 kilómetros por hora que caían en picada con ráfagas de ametrallamiento y que durante los descensos alcanzaban los 800 kilómetros por hora.
Además, cada avión tenía la capacidad para cargar dos bombas, cada una de hasta 400 kilos. En total, al Escuadrón 201 se le atribuye la baja de 30 mil soldados japoneses.
Las aeronaves regresaban con impactos de bala, pero ninguno que hubiera tocado una parte vital como para que cayera.
Bombing Up
Hasta dos misiones por día. Luego del desayuno, y antes de comer. Las misiones podrían durar una o dos horas, lo que daba bastante tiempo para regresar a la base, en donde una comitiva de mecánicos ya esperaba para reparar las aeronaves.
Cinco pilotos más murieron en las misiones, aunque ninguno consecuencia directa de un combate. Entre las causas estaban exceso de velocidad, fallas en el sistema, o gasolina insuficiente, o mal clima con malas condiciones de visibilidad. Uno más falleció en hospital militar debido a una enfermedad obtenida en Luzón.
Estados Unidos había ganado una comitiva menor, pero efectiva en el aire. Los resultados fueron calificados de buenos a excelentes, donde 45 de las primeras 53 misiones fueron declaradas efectivas.
Julio fue el momento de dar el siguiente paso. Las misiones ahora comenzaron a ser de largo alcance, en donde, aunque la base ya estaba bien asentada en Luzón, Filipinas, se hacían viajes a Formosa, ahora Taiwán. El despliegue táctico que al principio consistía en contener el avance de los japoneses hacia el Pacífico, ahora se convertía en un avance para las fuerzas de los aliados.
Y aunque las bajas para todo el Grupo 58 y Sección 5 continuaban, también lo hacían los aviones.
Algunas noches, el equipo completo se sentaba a ver una película. Esa noche en particular Flying Tigers estaba en proyección, con un John Wayne como héroe de guerra que acribillaba naves japonesas. No todos entendían todo, pero la acción era suficiente para no decaer la moral por el cansancio y el estrés después de semanas de combate. El proyector se desconectó de golpe y los silbidos comenzaron. Alguien gritó que había llegado una llamada y que la guerra había terminado.
La entrada triunfal
De inmediato las operaciones se suspendieron. El movimiento fue tan repentino que algo de proporciones mayúsculas tendría que haber sucedido. El imperio japonés no había dado señas en campo de batalla de rendición. La información, a cuentagotas, llegó en cuestión de horas y días. Estados Unidos había detonado una, luego dos bombas de las que ningún hombre había escuchado antes.
El avance sobre tierras niponas terminó por cancelarse, y el Escuadrón 201 hizo una última misión de acompañamiento en Okinawa el 26 de agosto de 1945. No fue una misión de combate, pero sí había expectación por si alguna tropa kamizake apareciera.
El elemento de tropa Sergio Carrillo decía en 2015, “yo, gracias a la bomba atómica estoy aquí. Hay quienes reniegan de la bomba atómica, para mí fue la salvación”.
Honores, un desfile, discursos, la gente volvió a recordar a aquellos que se habían ido, a su regreso a México en noviembre de 1945. Manuel Ávila Camacho los recibió, y a él le fue entregada la bandera de México que estuvo todo el tiempo con el Escuadrón 201.
El capitán Miguel Moreno Arreola le dijo al presidente “la misión está terminada”. “Fue uno de los mejores momentos de mi vida” recordó en 2003 el militar.
El impacto fue tal, que ese mismo año se estrenó ‘Escuadrón 201’, con la participación de Sara García interpretando a una abnegada madre cuyo hijo, Manuel, quiere ir a la guerra a combatir y pelear “por el honor de su país”. La película completa dividida en partes puede encontrarse en YouTube.
En la película ‘Salón México’ dirigida por Emilio ‘El Indio’ Fernández también se hace referencia al Escuadrón. Con una participación que dura apenas unos cuatro minutos pero de trascendencia mayor. El crítico de cine e historiador Gustavo García en su momento le relató como una recapitulación “episódica, marginal pero espectacular”.
Pero en México la cultura por los héroes de guerra tiene, históricamente, mucho menos éxito que en Estados Unidos. A más de 70 años de las películas, los honores y el regreso triunfal, Arreola se quejaba amargamente del olvido del gobierno, diciendo que su pensión era de tan solo “unos dólares al mes”. La historia se desvaneció rápidamente, y la participación del Escuadrón 201 ha quedado como anécdota para libros de texto y nada más. “Pero estamos muy orgullosos de haber servido y ser recordados como veteranos de la Segunda Guerra Mundial”.
El monumento casi imposible de encontrar
Uno puede deambular por el Bosque de Chapultepec y jamás dar con él. Hay quien, incluso habiendo visitado toda su vida el castillo, jamás se ha topado de lleno con el recordatorio constante de un nada discreto monumento al Escuadrón 201, a solo unos pasos de la entrada al bosque más cercana a la Estela de Luz.
Imponente, de color crema, con columnas colosales, este es el reconocimiento más visual que se tiene de las hazañas y la representación de México en la guerra: el monumento al Escuadrón 201. Por años se ha celebrado en él a los soldados caídos, en donde, cada 2 de mayo desde 2004, se les recuerda con una ceremonia. Ahí se han dado cita año con año los sargentos, coroneles y pilotos que quedan en México.
Al día de hoy, solo un piloto queda con vida. El coronel Garduño de casi 100 años de edad vive en Ciudad de México, y en 2003 dio una entrevista en la que contaba que 10 pilotos aún quedaban con vida. “Me uní a las Águilas Aztecas porque los hombres profesionales deben de aceptar el llamado del deber” dice, y recuerda al presidente Ávila Camacho diciéndole que él sobrevivió para recordar por siempre a sus compañeros caídos.
Además del coronel Garduño, una docena de veteranos aún vive en todo México, todos ellos parte de las tropas de tierra que fueron enviadas.
Las relaciones entre Filipinas y México son sólidas debido a la intervención del Escuadrón 201. En el país oriental hay monumentos al batallón mexicano, uno de ellos fue visitado por Enrique Peña Nieto en 2015.
Monumentos y discursos aparte, jamás se eliminó por completo la sensación en la gente de que México terminó por hacer un favor a Estados Unidos, y que la guerra que se peleó, no era del todo interés nacional. John Womack Junior, profesor de historia de la Universidad de Harvard ha insinuado que la historia del Escuadrón 201 pudo haber sido deliberadamente olvidada.
En 2004 le contaba a Los Angeles Times Magazine que si los miembros del Escuadrón 201 hubieran sido celebrados como se hace en otros países como Estados Unidos, uno o dos habrían alcanzado la fama de héroes de guerra, y se hubieran vuelto suficientemente conocidos como para sobresalir en la vida pública del país. De alguna manera amenazaba a la estructura política vertical y completamente rígida del México de la segunda mitad del siglo XX.
Al final, el desempeño de la FAEM en la guerra pudo no haber sido indispensable, pero vaya que sí tuvo repercusiones en México. Ávila Camacho tuvo razón todo este tiempo, México fue considerado como un aliado luego de que la guerra terminara, y Estados Unidos terminó por dar parte de su inventario de bombas B-25 a las fuerzas mexicanas cuya profesionalización y consolidación de armamento aún eran pendientes.
El entrenamiento también fue útil: los mexicanos que volvieron tenían el conocimiento táctico de guerra, y se unieron a las fuerzas aéreas como elementos de valor. Algunos otros decidieron separarse de la vida militar y eventualmente se convirtieron en fuerza de trabajo para vuelos comerciales.
De una u otra forma, México y Estados Unidos arreglaron sus relaciones diplomáticas. Ávila Camacho y el presidente Roosevelt, habían identificado en el otro, pensamientos ideológicos comunes, y las viejas disputas territoriales no volvieron a ocurrir. Las alianzas comerciales crecieron y llegó la época del milagro mexicano.
Para Gustavo García, prácticamente la época del cine de oro “se la debemos a la guerra. Para 1940 estábamos teniendo la primera crisis del cine mexicano. En 1938 había caído aproximadamente un 50 por ciento porque la gente estaba harta en América Latina de las películas de charros (…) entonces lo que hace Hollywood es apoyarnos con dinero y con algo imposible de encontrar en ese entonces que era película virgen. ¡Imagínate! Película virgen gratis, nosotros aprovechábamos ese recurso para hacer cine de rumberas”
Los aliados ganaron la guerra, particularmente Estados Unidos. Pero México también formó parte del gran desfile de Londres, con las tropas victoriosas que hoy son recordados por haber derrotado a los nazis. Más allá del frente europeo, incluso más allá de Hiroshima y Nagazaki, casi 300 hombres mexicanos sirvieron a México, en los confines del oriente para contener a un temible imperio japonés que ellos sí vencieron.
México nunca estuvo en riesgo inminente de ocupación durante la segunda guerra mundial, pero tampoco lo estuvo Estados Unidos. El sistema de la socialdemocracia en el planeta sí, y fue en aquel ideal de su defensa, cuando coincidieron Ávila Camacho y Roosevelt.
Obligado, México fue a la guerra, y la ganó.
Tomado de Xataca México