Ecos del silencio
E. Antonio Hernández Peralta
Durante décadas, el régimen que construyó el PRI en México mantuvo silenciadas las voces críticas hacia sus gobiernos, ejemplos de ello sobran en la historia de nuestro país, esto como resultado de la lucha fraticida que se dio después del triunfo de la Revolución en 1911; prueba de ello fue el prematuro asesinato del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez.
Golpes de estado surgieron como brotes de hierba mala en el incipiente nuevo régimen, las traiciones entre los grupos aún beligerantes se daban apenas de darse un apretón de manos para, entre comillas, generar estabilidad.
Todo cambió cuando Plutarco Elías Calles asumió la primera magistratura del país y con mano de hierro institucionalizó el movimiento armado de 1910 en la primera matriz de lo que años después se constituiría en el partido máximo (y prácticamente único, al ganar de todas, todas), el PRI.
Tras el maximato de Calles, quien intentara perpetuarse en el poder a través de prestanombres, el general Lázaro Cárdenas del Río puso las bases para que en el país se estableciera un gobierno más cercano a la gente.
Pero en los sucesivos gobiernos, cualquier expresión contra el gobierno y el sistema, era automáticamente reprimido a golpes, se encarcelaba a los dirigentes de cada inconformidad, como consta con el asesinato del líder agrario de Morelos, Rubén Jaramillo, quien fuera ejecutado junto con su familia por reclamar que se diera cumplimiento al legado zapatista de que “la tierra es de quien la trabaja”; el encarcelamiento de Othón Salazar en los años 50 por encabezar un movimiento magisterial por mejoras laborales; de los dirigentes ferrocarrileros Valentín Campa y Demetrio Vallejo por exigir un mejor contrato de trabajo. La cúspide se dio en 1968, cuando estudiantes de diversas instituciones de educación superior, impulsados por movimientos estudiantiles alrededor del mundo para demandar mejores condiciones de aprendizaje, pero que en México tuvo la variante de, además, reclamar que ya no hubiera represión contra todo aquel que pidiera mayores aires de libertad, tanto de expresión, como de prensa, pensamiento, obra y cultura, entre muchos otros rubros, pero que se centraba sobre todo, en tener una educación digna en las universidades de todo el país.
Díaz Ordaz, entonces presidente del país, manipulado por Luis Echeverría Álvarez, optó por el único camino que conocían el régimen, el gobierno y el Estado: reprimir.
Pero todo se salió de control, al acercarse los primero Juegos Olímpicos organizados por y en un país del tercer mundo, y el primero latinoamericano. El entonces primer mandatario y sus secretarios de Estado, cerraron de golpe las ansias de mayor libertad de los estudiantes con los episodios de la toma por el Ejército de Ciudad Universitaria (que fue la única sin derramamiento de sangre), la toma por la institución militar de las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional en la ex hacienda de Santo Tomás, en la que los alumnos que protegían las unidades académicas usaron todo artilugio a su disposición, como cohetones; así como la ayuda de algunos vecinos que con agua hirviendo arrojada a los gendarmes pretendían disuadirlos de continuar, pero la milicia respondió con tanquetas, disparos de armas de alto poder y toletes durante toda una noche, hasta que sin nada más que sus manos, los estudiantes optaron por rendirse ante el ataque cada vez más violento de las fuerzas armadas. La cúspide sucedió el 2 de octubre, ya con el movimiento estudiantil minado y una buena parte de su máxima dirigencia encarcelada.
Está de más recordar que esa fecha fue un parteaguas en la historia de México, pues dio lugar, primero en la clandestinidad a una generación que formó cuadros mejor preparados e informados y que con la brega diaria desde entonces, forjaron a las nuevas caras de la lucha social y que finalmente empezaron a sobresalir cuando el hijo del general Cárdenas, Cuauhtémoc, rompió con el PRI, conformando así, un movimiento que por vez primera, generaba expectativas para que un candidato que no emanaba del régimen, pudiera ganar la presidencia de la República Mexicana.
Ríos de tinta y horas de retórica han surgido de esa lucha, que han retroalimentado a las nuevas generaciones de activistas, pero que aún con la puesta en marcha de la Cuarta Transformación, impulsada por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador; las inercias siguen siendo fuertes y atadas a un pasado represor y poco inclinado a cambiar, por lo que todavía siguen dándose golpes a la democracia, a las libertades de expresión y de pensamiento.
La intención de esta columna es dar cauce a toda expresión que sea acallada desde esferas del poder, tanto político como económico, por lo que visibilizaremos todo reclamo popular que tenga sentido social, así como resaltar los posibles errores que se cometan dentro de la actual coyuntura política y social, pues al ser tiempo de elecciones (las más grandes según la propaganda del instituto regulador de los comicios), los equívocos, la guerra sucia, la difamación, la censura, pululan entre prácticamente todos los aspirantes de algún puesto de elección popular, con tal de allegarse seguidores y potenciales electores.
Valga entonces recordar que ahora, comprobado está, el fin no justifica los medios…