De psicodelia y otros temas

Eddy Antonio Hernández Peralta

Que yo recuerde, sólo una vez me he drogado… y fue de manera involuntaria.

Habíamos acudido Rosy y yo a una fiesta de su facultad, ella me pidió acompañarla para no sentirse fuera de lugar ya que la mayoría de las personas que acudían a saraos de su escuela lo hacía con pareja; aunque ella estaba dedicada en cuerpo y alma a estudiar, pero como todo mundo (y más que ella había escogido estudiar una carrera tan demandante como Medicina), buscaba de vez en cuando sacar el estrés acumulado del diario trajinar de su escuela al acudir a reuniones, fiestas, bailes; lo que fuera para salir del tedio y la rutina diaria de las clases.

Pues llegamos a la colonia Roma, en la Ciudad de México; la dichosa fiesta se desarrollaba en un departamento cerca de la famosa fuente de la Cibeles. La anfitriona era una venezolana de muy buen ver (ensabanable, le decía yo a Rosy al comentar la curvilínea figura de su colega de escuela, cada vez que la veía), que a pesar de la fachada de seriedad que presentaba a todo mundo, su oblicua sonrisa me decía que era de cuidado.

Arribamos al departamento alrededor de las 9 de la noche, pero había comenzado durante la tarde; recuerdo que era sábado y el clima no era tan extremo como suele serlo durante los días finales de mayo, por lo que decidimos Rosy y yo hacer tiempo para no llegar tan temprano, pues planeaba ella que llegáramos alrededor de las 7 de la noche; así que en la glorieta del Metro Insurgentes –donde habíamos acordado reunirnos– buscamos algún lugar para pasar el rato y hacer tiempo antes de llegar a la reunión de sus cuates. Recorrimos por largo tiempo la llamada Zona Rosa de la ciudad, hasta que hastiados de caminar decidimos por fin llegar al departamento de Zulya, la venezolana que rentaba el lugar.

Tras un rato de platicar y darle gusto a los estudiantes extranjeros de cantar algunas canciones rancheras típicas de la edad de oro del cine mexicano, dimos paso a la bailada, primero con cumbias chilangas, después con las originales, las de Colombia y algunas de Venezuela.

Al cabo de un rato, sediento por haber dedicado un buen rato a bailar, buscaba algo que no tuviera alcohol, hasta que finalmente hallé un refresco a medio terminar y me lo tomé.

Mientras todo mundo hacía pausa del bailongo, alguien puso música de Pink Floyd, y eso dio paso a una tertulia acerca del impacto del rock progresivo en nuestras identidades como personas, hasta que nuevamente, otra persona cambió el disco de la banda inglesa por otro, que a mi gusto, a pesar de ser fan del rock progresivo, era de corte más oscuro y psicodélico pues decidieron tocar a Tangerine Dream.

Aunque las pláticas se reagruparon en pequeños grupos, el tema de discusión varió de un segmento a otro.

Ya no recuerdo la hora, pero me dio hambre y le dije a Rosy que buscaría algo para botanear; Zulya me alcanzó a escuchar y a gritos, para hacerse escuchar entre las notas reverberantes de Hyperborea; me dijo que en la cocina había puesto un platón grande con frutas y verduras, pues la botana se había terminado tiempo atrás.

Por un momento, pensé en salir a la calle a conseguir unos tacos o tortas, pero como ya habíamos ingerido una buena cantidad de cervezas y tragos, opté por ir a la cocina y ver que podía llevar para compartir con Zulya y Rosy.

Al entrar a la pequeña cocina me llamó la atención que alguien hubiera cortado chayote para botanear y más, que fuera en pequeños cuadros y no al estilo de las papas fritas a la francesa, de corte largo, pero solo fue un momento…

Tomé un poco de melón, piña, manzana, naranja y mandarina en dos tazones y estaba a punto de regresar a platicar con el corrillo formado por mi amiga Rosy y sus más allegados de la facultad, cuando me ganó la curiosidad y tomé varios trocitos de chayote en un tazón aparte, le puse un poco de sal y mucho limón; sólo entonces regresé con el grupo.

Mientras compartía el botín con Rosy y Zulya, dejé aparte el chayote, pues ese no lo quería compartir, ya que lo había preparado a mi gusto. Pero llegó el momento en que me aparté un poco para degustarlo lentamente y mientras lo hacía, del tocadiscos emanó nuevamente música de Pink Floyd, con la canción que más me gusta del grupo: Wish you were here.

Mientras masticaba con lentitud el “chayote”, empecé a notar que ciertas cosas adquirían colores cambiantes y de pronto, las notas musicales aparecieron frente a mis ojos como cobrando vida en forma de vívidos colores del tipo que emiten las luces chillantes de neón. El departamento fue perdiendo forma y la música se convirtió en silente más no en invisible, ya que como comenté, podía ver las notas en formas de luces de neón.

En un momento dado, me vi flotando en algún tipo de espacio sideral que cambiaba de colores como la marea, de manera fluida e incesante, recorriendo todo el espectro de tonalidades desde el más profundo azul violeta hasta el más encendido rojo incandescente; visualicé otros mundos, con acantilados cortados a tajo, por cuyas laderas corrían ríos de colores contrastantes con lo que llegué a pensar que era terreno sólido, aunque yo seguía flotando cual burbuja de jabón, al garete y llevado por un viento que me mecía a su antojo. Los colores brotaban en líneas, a veces rectas, a veces curvas, pero incesantes.

Me empecé a preocupar cuando un espacio negro comenzó a engullir todo lo que veía y me rodeaba. Vi surgir otras pompas de jabón que me llamaban, unas a gritos, otras me empujaban, mientras otras más me rodeaban pero sin moverse ni tocarse.

Finalmente, pude reaccionar y recobré la conciencia de mí mismo y mi visión se aclaró un poco y, aunque borrosas, miré las caras preocupadas de Rosy y Zulya, quienes me llamaban por mi nombre hasta que mis oídos, con un sonido de plop, se destaparon y pude escucharlas con claridad y al mismo tiempo pude enfocar mi mirada, a lo que ellas y los demás respiraron con tranquilidad.

Fue cuando me di cuenta que me estaban frotando hielo y alcohol medicinal en la frente y en mi pecho. Y también caí en la cuenta, al mirar por la ventana, ¡que ya había amanecido!

Al transcurrir los minutos, me asimilé a la normalidad, y fue cuando Rosy se soltó a llorar, pues me dijo que habían pasado horas desde que me vieron masticando, cuando de repente me resbalé en el piso y me quedé como congelado, con la mirada perdida en el vacío y las pupilas super dilatadas.

Lo que para mí fueron apenas minutos, para los demás fueron horas de preocupación, pues no reaccioné hasta cerca de las 7 de la mañana.

Cuando pude hablar coherentemente, pregunté que era lo que había masticado, dado que era claro que no era chayote: la respuesta (vaga por cierto), es que alguien había llevado peyote para celebrar una imitación de una ceremonia huichol de tipo chamánico para celebrar el ciclo de la vida; y que por descuido lo había dejado en la cocina.

Así que lo que yo pensé que era chayote fue peyote en realidad, que causó que tuviera ese viaje de psicodelia que duró buena parte de la noche y que puso en predicamento a mis amigas.

Así que desde entonces, si veo algo parecido, primero mejor pregunto, ¡no vaya a ser que vuelva a pasar por otra situación similar!

Aunque a decir verdad, dicha experiencia me resultó en extremo estimulante, hasta que todo se empezó a poner negro.

Pero más allá de ello, me abrió una ventana a otro mundo o quizá hasta otra dimensión paralela a la nuestra, algo que sí me gustaría repetir, así como lo hace uno con un gusto culposo.